El General Gustavo Rojas Pinilla, presidente a mediados del siglo XX, parecía entender de manera muy particular el poder. Y aunque hay muchas razones para recordarlo (por haber llegado al poder tras un golpe militar, por haber sido durante su mandato que llegó la televisión al país y que las mujeres pudieron votar, y por lo ocurrido en las elecciones que perdió con Misael Pastrana y que muchos aseguran fueron producto del fraude), hay un hecho que pese a no ser reseñado de manera amplia por los medios de la época, sí presenta una de las imágenes más violentas y represivas de su gobierno.
Durante una corrida de toros en 1956, el público asistente decidió chiflar, silbar y gritar a la hija del General, María Eugenia Rojas, dados los rumores de corrupción de la familia presidencial (algunos insistieron en que no soltaran los toros, pues María Eugenia se los llevaría a Melgar, donde tenían algunas fincas y se suponía que hacían negocios de todo tipo). La reacción del Primer Mandatario no se hizo esperar. Una semana después, y atendiendo una orden de Rojas Pinilla en la que exigía que se diera un escarmiento a los irrespetuosos, varios miembros del Ejército se infiltraron en los tendidos. Quienes ese domingo de febrero, a la entrada de “La Capitana”, repitieron la dosis de chiflidos y críticas, fueron agredidos por los oficiales con varillas, manoplas, cachiporras y palos.
Aunque algunos historiadores señalan que nadie sabe qué pasó con los cadáveres de quienes fueron golpeados por el Ejército, todos se atreven a asegurar que hubo más de 50 muertos. De hecho, quienes estuvieron presentes en el hecho, hablan hasta de 600 víctimas, cuyos cuerpos eran arrojados a la arena y luego movilizados en camiones sin que nadie supiera su destino final.