Mucho se ha dicho sobre Pablo Escobar y su incidencia en la realidad nacional. Considerado por mucho tiempo como uno de los criminales más peligrosos del mundo, el narcotraficante colombiano logró permear varios de los estamentos nacionales hasta su muerte en 1993, cuando fue abatido por las autoridades colombianas.
Escobar no hace parte de este Museo, en el caso de esta pieza, por lo que algunos llaman “hazañas” delictivas, ni por sus propiedades o gustos extravagantes, sino por su papel como político. Pese a que muchos consideran que la máxima equivocación del capo fue justamente tratar de ganar poder político, ocupando cargos de elección popular, al final historias como las de Escobar revelan la manera como se gestaron procesos claves para el futuro político del país.
A finales de los años 70, Escobar empezó a fijar las bases de lo que sería su campaña política con la construcción de un barrio para personas de escasos recursos, conocido como Medellín sin Tugurios, y la entrega de varias canchas deportivas. Gracias a acciones como estas, el narcotraficante consiguió sin problema los votos que requería para llegar en 1982 a la Cámara de Representantes como segundo renglón de Jairo Ortega Ramírez. Los dos contaban con el aval de Alberto Santofimio Botero.
La llegada de Escobar se dio justo cuando el Liberalismo se encontraba dividido entre el oficialismo (liderado Alfonso López Michelsen) y el Nuevo Liberalismo (presidido por Luis Carlos Galán). Y aunque llegó a través de este último movimiento, justamente por ir en contravía de todo lo defendido por este sector político, fue expulsado por Luis Carlos Galán, junto a Ortega. Su salida tuvo que ver con la procedencia de sus respectivas fortunas y por ser considerados “el brazo político de la mafia colombiana”. Las mismas razones condujeron a que sus colegas congresistas le retiraran la inmunidad parlamentaria.
Tras ese hecho, Escobar no solo asesinó a varios de los que se opusieron a su permanencia en el movimiento y lo denunciaron públicamente (como Rodrigo Lara Bonilla), sino que fundó un movimiento cívico, amparado en una fundación en la que participaban los sacerdotes Elías Lopera y Hernán Cuartas. Según defendían los miembros de la fundación, esta no tenía interés político o partidista de ninguna clase.
Aunque el llamado “Robin Hood” de las clases populares en su ciudad de origen nunca volvió a llegar al Senado o a la Cámara, el dinero del narcotráfico se coló por varios años en las campañas de varios políticos colombianos.