Es 30 de abril de 2002. Los combates entre los paramilitares del bloque Elmer Cárdenas interesados en obtener el control de la zona y el bloque José María Córdoba de las Farc, grupo que hasta ese momento mantenía el control en varios de los puntos del río Atrato.
Para ese momento, pocos colombianos sabían de Bojayá, un corregimiento del Chocó, y pese a que ya se habían emitido alertas tempranas por el riesgo que corría la población civil, las autoridades nacionales no hacían presencia en la zona. Incluso, desde el 21 de abril, la Diócesis de Quibdó y otros organismos de derechos humanos y de la iglesia habían denunciado la incursión de un destacamento paramilitar y la situación con la guerrilla.
El 2 de mayo los combates continúan y las autoridades no aparecen. En la mañana, las Farc instalan un lanzador de pipetas y uno de los cilindros bomba estalla en el templo San Pablo Apóstol , en el cual se había refugiado una alta cifra de civiles y unos paramilitares. Como resultado, de manera indiscriminada y pasando por encima de cualquier posible aspecto ético (incluso cuando se está en combate), se asesinó a 79 personas, muchas de ellas menores de edad.
Así como otras masacres hicieron visibles la brutalidad y el sufrimiento que se vivía en zonas aisladas en medio del conflicto colombiano, lo ocurrido en Bojayá se convirtió en símbolo del dolor de la población civil. Y quizás en uno de los hechos que más repudio generó en contra de las Farc, quienes aparecen como culpables en todos los informes, así como indignación ante la lenta reacción de las autoridades. Como un recordatorio permanente, para que hechos como este no vuelvan a suceder en nuestro país y que no se cubran de impunidad, incluimos la imagen del templo destruido en Bojayá como una de las piezas de esta colección histórica.