La semana pasada, después de 13 años de espera, por fin se vio la justicia en el asesinato del periodista caldense Orlando Sierra, con la condena a 36 años de prisión del dirigente político Ferney Tapasco. Pero aún son muchos los colegas muertos que faltan por alcanzar ese resarcimiento. Y varios de ellos ni siquiera son recordados más allá de sus círculos íntimos.
La Fundación para la Libertad de Prensa (FLIP) tiene registro de 143 periodistas asesinados entre 1977 y 2015, y en apenas 20 de los casos hay sentencias condenatorias. En muchos de esos procesos la Fiscalía suspendió las investigaciones (hay 65 prescritos) o ni siquiera hay reporte oficial de su estado.
Con el siguiente perfil, La Silla comienza el especial ‘Desenterrar al periodista’, un proyecto hecho con el apoyo de Oxfam y la Unión Europea, que busca rescatar la memoria de ocho periodistas anónimos asesinados en región a causa del oficio.
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Nadie en este país sabe quién es Oswaldo Regino. Excepto sus seres queridos y algunos en una generación que ya va doblando la esquina, nadie recuerda que un día existió, que le gustaba leer, que hizo periodismo desde los 18 años y que a los 34 lo mataron luego de que se atreviera a registrar las primeras masacres paramilitares en Córdoba, a finales de los 80.
Nadie conoce que era un periodista de región, cuya valentía no alcanza a llegar a los titulares de la gran prensa nacional. Que fue director de radio, corresponsal de periódico y de televisión, producía noticias para tres medios todos los días, y que todo eso lo alternaba con sus estudios nocturnos de ciencias sociales.
Nunca ganó un premio, ni siquiera póstumo, no hay menciones a su trabajo. Nadie pide justicia para él en editoriales o con plantones en el aniversario de su muerte. Nada. A veces alguien a nivel local lo incluye como parte de la cuota de dolor del periodismo en la guerra. Ni sus asesinos deben ya recordarlo.
Su nombre hizo parte de una de las primeras listas de objetivos del horror paramilitar en este departamento. Era 1988 y, entre dirigentes de izquierda, profesores, sindicalistas, abogados, médicos, estudiantes, sacerdotes, periodistas críticos y líderes de las luchas agrarias, Oswaldo de Jesús Regino Pérez fue ubicado en el puesto número 30 de un pasquín que recorrió calles y callejones con su mensaje de miedo.
El día que mataron al profesor que estaba en el lugar 29 de la lista de amenazados, un vecino tocó a la puerta de la casa de Oswaldo, en el barrio Panamá de Montería, para darle la noticia:
“¡Mataron al profesor José, mataron al profesor José!”, recuerda Yolanda Negrete, la viuda del periodista, que dijo el vecino.
Los 28 de más arriba también habían aparecido muertos, muchos decapitados o con tiros de gracia, o estaban huyendo. Otros simplemente fueron desaparecidos. La aparente calma de siempre en Córdoba se había ido del todo para entonces, por cuenta de la naciente macabra asociación entre algunos ganaderos, comerciantes, militares y políticos, que decidieron apoyar el proyecto de autodefensa que lideraba el narcotraficante Fidel Castaño.
Oswaldo Regino, que había estado durmiendo, se incorporó antes de responder: “Mierda, la otra semana me matan a mí”.
Varios días antes, en agosto de ese año, su mejor amigo y colega, quien había tenido que abandonar la ciudad por el mismo tipo de amenazas, quiso tramitar la salida de Oswaldo de Montería pero éste se negó argumentando que no quería dejar solos a su esposa y tres hijos pequeños.
Ese amigo se llama Jorge Enrique Rojas Rodríguez y es el reconocido líder de Derechos Humanos que en 1992 fundó la Consultoría para los DH y el Desplazamiento Codhes, y hoy es uno de los principales escuderos de la Administración de Gustavo Petro en Bogotá.
Nacido en el pueblo de Santa Rosa, en Risaralda, Jorge llegó de 17 años a Montería y ejerció el periodismo allí casi siempre al lado de Regino. Fueron tan cercanos, que alcanzaron a ser compadres porque el primero es el padrino de bautizo de Andrés Eduardo, el hijo mayor de Oswaldo y Yolanda. Juntos fundaron en Córdoba el Colegio Nacional de Periodistas, cuya presidencia se alternaron hasta que la violencia acabó con todo y dejó a uno muerto y al otro exiliado.
Desde la emisora Todelar, en donde ambos fueron primero reporteros y, luego, jefe de redacción Oswaldo y director Jorge, les hicieron bulla a las masacres y a los muertos y tomaron partido a favor de los campesinos despojados de sus tierras.
Jorge Rojas tuvo que salir huyendo hacia Sincelejo metido en un baúl, luego de contar sobre una masacre atribuida al Ejército en la zona del alto San Jorge: cinco campesinos fueron atacados a machete, uno sobrevivió y en el hospital de Caucasia le contó al periodista que habían sido militares de la Brigada XI.
La última vez que vio a Oswaldo Regino fue en el entierro del profesor Alfonso Cujavante Acevedo, a mediados de marzo de 1988. En aquellos tiempos aciagos, según rememoró El Heraldo en una nota de 2011, en un hecho sin precedentes en Córdoba y en el país, 200 profesores abandonaron sus puestos por las amenazas de grupos armados de la ultraderecha.
A pesar del ambiente y las advertencias en su contra, Oswaldo se quedó en su región y dio cuenta de la génesis de la tragedia paramilitar.
Registró en micrófonos la considerada primera masacre de la Costa Caribe, ocurrida el 3 de abril del mismo 1988 en la vereda cordobesa de La Mejor Esquina, en donde unos 10 hombres vestidos de militares que se hacían llamar ‘Los Magníficos’ mataron con sus fusiles a 27 campesinos, a los que acusaban de ser auxiliadores de la guerrilla del EPL.
Asimismo, cuatro meses después contó sobre la matanza del pueblo de El Tomate, a unos 55 kilómetros de Montería, al que también llegaron hombres con prendas del Ejército para masacrar a 16 personas y quemar sus casas.


Buena parte de ese horror se planeaba en la finca Las Tangas, a tres kilómetros de Valencia (Córdoba) y orillas del río Sinú, que por la época se convirtió en la base de operaciones paramilitares de los hermanos Castaño. En una ocasión, Regino se atrevió a llegar a sus vecindades para hacer tomas de cuerpos desmembrados que habían sido tirados al río, con la cámara del Noticiero de las 7 del que era corresponsal.
Fue dando una de estas noticias que un día no pudo aguantar el llanto frente a las cámaras, en un episodio que le valió la fama de hombre sensible que aún hoy le destacan varios de sus allegados. Detallaba los trozos de cuerpo que había visto, el dolor de la mujer de una víctima y lloraba.
"Le apasionaba investigar temas, pero sobre todo le gustaba lo social, hacer informes defendiendo a la comunidad", recuerda el periodista Rafael Chica, quien trabajaba como corresponsal de Todelar desde Cereté, cuando el periodista tenía el cargo de jefe coordinador en la emisora.
Lo social iba desde hablar con una víctima de la violencia hasta promover la recolección de ayudas por una inundación. En 1980, cuando se cayeron las corralejas en el vecino Sincelejo y murieron alrededor de 500 personas, dedicó todos sus esfuerzos durante semanas para pedir a los oyentes ropa, medicamentos, sábanas y otros implementos, que él mismo viajó a entregar a los organismos de socorro.
Oswaldo de Jesús Regino Pérez cargaba con un dolor social grande. Por eso fue notario de muchas muertes -como muchos otros comunicadores valientes en esos tiempos- en uno de los principales escenarios de la guerra paramilitar en Colombia. Y, más allá, por eso intentó darles voz a los que casi nunca la habían tenido.
En su noticiero radial ‘El Fiscal popular’, que se pasaba todos los días de 6 a 7 de la noche por Todelar, les abría el micrófono a los campesinos que se quejaban de la falta de luz, de la falta de alcantarillado, de la falta de hospitales.
Solía viajar de pueblo en pueblo, buscando esas voces cansadas.
En el 84 decidió que había que entrevistar a todos los líderes de la guerrilla del EPL de la región, cuando éstos aceptaron dialogar con el gobierno de Belisario Betancur. Difundió las opiniones de los miembros cordobeses de la UP. Los domingos trabajaba en un programa radial del magisterio.
Fue atrevido. Y todo eso generó la idea en algunas personas de a pie de que era un impulsor del comunismo, y en los grupos de exterminio de la ultraderecha de que era un guerrillero. Bajo ese convencimiento lo incluyeron en el puesto 30 de aquel pasquín.
Los días siguientes a la visita del vecino que le notificó la muerte del profesor, que estaba en el puesto 29, transcurrieron en medio de las labores periodísticas usuales, a pesar del miedo reiterado que le manifestaba su esposa Yolanda.
A ella la había conocido cuando tenía 18 años (y su mujer 17) en Aguas Negras, vecino a Montería, a donde Oswaldo llegó como vendedor de paso de productos de aseo. De casa en casa, de pueblo en pueblo, el periodista se ganaba entonces su sustento y el de sus padres ofreciendo desodorantes, cremas dentales, jabones y ungüentos para los dolores, que regresaba a cobrar una semana después.
Unos dos años antes había comenzado a acercarse al oficio como lector de noticias en algunos programas radiales. "Cuando yo lo conocí, hacía pinitos en el programa de Jaime Rhenals, a las 3 de la tarde", recuerda su mujer. Fallecido en 2009 a los 60 años, Rhenals es considerado una institución del periodismo cordobés por haber sido pionero de la radio en el departamento.
Las emisoras locales eran muchachas jóvenes, casi recién nacidas, a las que no era muy difícil conquistar si se tenían ganas, pues todos los periodistas eran empíricos. Regino, que había hecho unos cursos de comunicación por correspondencia, pasó por Ondas de Urrá y La Voz de Montería, entra varias otras.
Yolanda Negrete residía con sus papás y sus 12 hermanos en Aguas Negras, pero al año de conocer al andariego -que nació en Cereté- se fue a vivir con él a la capital del departamento. Tuvieron a Yoli, a Andrés Eduardo y a Pavel Albeiro. Y de la unión por un tiempo con otra joven llamada Ángela Humanez, a Oswaldo le nació un cuarto hijo al que también llamó Pavel.
Dos Pavel, en homenaje al personaje del muchacho reservado que forjó su carácter de socialista defensor de las libertades y la justicia leyendo libros prohibidos, en la novela La Madre del escritor y político ruso Maksim Gorki.
Dos Pavel a los que les tocó conocer a su padre por referencias, porque tenían 8 y 2 años, respectivamente, cuando éste fue asesinado.
El día antes de su muerte y como siempre por esos días, Oswaldo Regino salió de su casa temprano en su moto a hacer el noticiero de las 5 de la mañana en La Voz de Montería. Regresó a desayunar y luego, a las 9, volvió a irse a escribir noticias para El Universal de Cartagena, del que era corresponsal. A la 1 almorzó con su familia. Tomó una siesta. Y a las 4 se levantó a estudiar para sus clases en la Universidad de Córdoba, que iban de 6 de la tarde a 9 de la noche. Le faltaba un semestre para terminar la carrera de ciencias sociales.
A la mañana siguiente, viernes, le dijo a su esposa, que laboraba como modista en la casa, que debía ir a buscar a un señor al aeropuerto para ir después a una reunión en el basurero de la ciudad. Oswaldo -cuenta Yolanda- llevaba meses trabajando con un grupo de recicladores a los que les estaba consiguiendo la seguridad social y la posibilidad de una vivienda, y los solía visitar al menos una vez a la semana. Eran más o menos las 8 de la mañana cuando se despidió para siempre de ella.
Su amigo cercano, el periodista y exconcejal de la UP Édgar Astudillo, quien vivió para contar las amenazas que padeció en aquel tiempo, cuenta el final de esta historia con mucha pausa para contener las lágrimas.
“Lo que más me duele… de las cosas que más me duelen… lo que me duele, es que yo se que el sicario lo hizo arrodillar en la carretera hacia Planeta Rica, por donde pasaban buses y carros… y todos miraban. Él lloraba e imploraba que no lo mataran, pero…”.
Un llanto discreto.
El 11 de noviembre próximo se cumplirán 27 años desde aquella escena triste en la que terminó la existencia de un hombre que hoy sería abuelo de cinco muchachitos, que nunca lo verán hablando de literatura rusa ni de Mercedes Sosa o Pablo Milanés. O diciendo una y otra vez que seguro se iba a ganar el Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar, con un documental sobre el secuestro.
Yolanda Negrete, quien no se volvió a casar y sigue hablando de su esposo con entusiasmo de quinceañera enamorada (“lo recuerdo todos los días”, suspira), tampoco verá jamás la justicia. Decidió renunciar a ella, luego de que días después del asesinato le mandaran un papelito anónimo en el que le decían que si quería paz y tranquilidad dejara todo así. Y, ¿cómo no?, en aquellas circunstancias y con tres hijos pequeños.
Para aspirar a una reparación del Estado, ella ni siquiera ha podido conseguir el registro civil de defunción de Oswaldo, que simplemente desapareció como si él no hubiese existido. Así también se esfumaron los recortes de noticias de prensa escrita que tenía en su oficina.
“A Oswaldo Regino lo desaparecieron física y civilmente, pero además borraron su historia y aseguraron la impunidad: es el crimen perfecto contra un periodista”, resume bien Jorge Rojas, quien aseguró en su libro (escrito junto al senador del Polo Iván Cepeda) ‘A las puertas del Ubérrimo’, que entre el 80 y el 93 durante el reinado paramilitar en Córdoba se cometieron 40 masacres y cerca de 200 crímenes políticos. Horrores que dejaron de registrarse, tras el asesinato no sólo de Regino sino también de otros periodistas como William Bendeck Olivella (en 1989).
"Para resumirlo de manera sencilla, simplemente nos autocensuramos. Ni siquiera teníamos que esperar la amenaza para saber que no podíamos estar reportando muertes de esa mano negra paramilitar así como así. Eso se calló por mucho tiempo", relata un periodista que ejercía en esos tiempos en Montería.
Ese fue el efecto inmediato que tuvo haber callado a Oswaldo, quien no se especializó en develar el actuar de las autodefensas en profundidad, por ejemplo; ni hacía grandes investigaciones, pero incomodó por el simple (y grande) hecho de ejercer el sagrado deber de registrar lo que estaba pasando.
Rojas es de las pocas personas por fuera de Córdoba que saben quién fue el periodista de casi dos metros de estatura que ocupó el puesto 30 en uno de los pasquines de la muerte.
En mayo, cuando la Administración de Bogotá, varios periodistas del conflicto e invitados internacionales, encendieron una llama por la paz en conmemoración del Día Mundial de la Libertad de Prensa, el hoy secretario de Integración Social de la capital del país mencionó a su amigo públicamente. Pero nadie supo bien a quién se refería.
Porque a Oswaldo Regino lo enterraron bien. En todos los sentidos.
Les ruego que incluyan la historia del vil asesinato del periodista huilense Guillermo Bravo en el 2003.