En las universidades colombianas, y en unas mucho más que en otras, se ha cultivado a lo largo de muchas décadas un radicalismo violento que ha alimentado la guerra incluso después de que todas las insurgencias latinoamericanas abandonaran las armas para apostarle a la política. Un radicalismo, que ha celebrado la rebelión en contra del Estado y que ha justificado el recurso a la violencia como única respuesta útil y posible a las injusticias, subestimando así las potencialidades de la acción política pacífica como medio de transformación de la sociedad.
Según Jorge Orlando Melo los intelectuales colombianos jugaron “un papel importante en la creación de un ‘sentido común’ justificador de la violencia, mediante la elaboración de argumentos a favor de ella”. Y en su último libro, “Las Idea en la Guerra”, Jorge Giraldo discute este fenómeno en detalle.
Todos tienen derecho a expresarse, incluso los ideólogos de la violencia, pero ese derecho no los exime de asumir su responsabilidad política y ética por lo que dicen y lo que enseñan. En una ocasión, Melo observó que “la justificación de la violencia mantiene la tranquilidad moral del que no hunde el gatillo pero lo apoya.” La sociedad no puede renunciar a discutir esos argumentos en espacios abiertos en los cuales los grupos violentos tengan menos margen de maniobra del que tienen en las universidades para callar a sus contradictores.
Mientras en otros países ministros, congresistas y medios abordan el tema de la radicalización de los jóvenes en las universidades, en Colombia no se habla de eso aún si, en el medio de un proceso de paz que quiere cimentar “Garantías de No Repetición”, sería obvio hacerlo.
En las décadas pasadas los colombianos se despreocuparon de las dinámicas de radicalización que se han llevado a cabo en sus universidades. Y cuando hubo interés, se respondió con el mismo radicalismo violento que se buscaba combatir. No olvidemos que en este país unos académicos estuvieron asesinados por sus ideas.
Para consolidar la paz, necesitamos un debate amplio sobre desradicalización y sobre el fortalecimiento de una ruta verdaderamente democrática, libre de extremismos de derecha, como los que exhibieron los paramilitares, y libre de extremismos de izquierda.
Por empezar, reconozcamos que desde ambos lados del espectro político hubo quienes rechazaron la violencia. Francisco Mosquera, fundador del MOIR, o Estanislao Zuleta, fundador del Partido Socialista Revolucionario, por ejemplo, denunciaron las prácticas terroríficas avaladas por cierta parte de la izquierda colombiana.
Hoy más que nunca el País necesita una agenda de desradicalización para deslegitimar la violencia como instrumento aceptable para la resolución de nuestras diferencias. Sobre todo, el País necesita entender que dicha agenda no se logra ni con las motosierras ni con las chuzadas.
Es hora de ejercer de manera responsable toda la fuerza y la influencia de la palabra.
No niego que hay radicalismos, como tampoco puedo dejar de percibir que los medios están parcializados, lo que les impide dar información veraz y servir guías a sus lectores. Pero, dentro de ese escenario, que era muy probable que se presentara, hay voces y grupos respetables que creen tener todo el derecho a opinar en contra del proceso y no propiamente por capricho. Y ciertamente lo tienen Lo correcto era analizar sus argumentos y eso no se hizo. Fueron señalados y vilipendiados y extrañamente se les aplicó el mote de enemigos de la paz. Nada más inexacto y mendaz. Lo que muchos pensamos es que tuvimos la misma oportunidad que tuvieron los guerrilleros de hacer daño, a la sociedad en general y a las fuerzas públicas en particular, y no lo hicimos. Motivos teníamos de sobra y los gobiernos nunca fueron de nuestro agrado. Pero optamos por el respeto a la ley y luchamos por educarnos y hacer patria. Ahora ellos reciben toda suerte de recompensas como si el daño que causaron no contara.
Cuál toda suerte d recompensas, si al finaL el intercambio d impunidades derivará en borrón y cuenta nueva, todos en la cama. Esa es la verdadera justicia d la q habla la oposición; la justicia social es lo que menos les importa.
El derecho d opinar y hasta oponerse es respetable, el punto es lo irreflexivo d posiciones tan exageradamente radicales, egoístas y hasta vengativas, manipuladas desde el mismo protagonista d siempre. Aquí no hay oposición, aquí siigue Furibe comandando el equipo no sólo político sino también d los medios. Afortunadamente Santos cuenta con el respaldo internacional, d lo contrario hace rato este proceso habría sido UNO MAS.
Dokholord, comparto su apreciación, pero la última linea Hoy x Hoy es y debió ser la primera.
Y q es q no se puede desconocer la participación activa d los medios tradicionales y d siempre; la manipulación d la información unas veces sesgada, amañada, nada objetiva y menos equilibrada, sirviendo d altavoz al vencedor d turno q muy bien sabe recompensar con las pautas publicitarias y quién sabe cuánto más?.
El proceso Habana sigue teniendo tropiezos originados x los mismos d siempre, 1o q no se podía dar estatus político,después q no son iguales etc..; siendo ya un hecho, ahora se enfilan baterías x la justicia, q paz sin impunidad, q paz con justicia, cuando la 1a justicia debe ser la social. D q' sirve meter a los guerrillas N años a las cárceles y dejar d lado el origen d toda esta descomposición social?.
Después se opondrán a la inversión q el posconflicto requiere, siempre habra un motivo d discordia,... Nada los satisface, ni siquiera la posibilidad d morir d viejos.