Por: Daniel M. Rico.
Para un observador externo es difícil entender la figura de los soldados regulares en Colombia en el post-conflicto, este grupo de casi 100 mil uniformados (cerca del 40% del Ejercito) hace parte importante de la primera línea de contacto de las Fuerzas Armadas con la comunidad y los frentes de batalla, portan en su uniforme y armamento la institucionalidad de una Nación pero sus formación militar tan solo se limita a tres meses de instrucción, su bajo nivel educativo llega a extremos como el analfabetismo y su remuneración económica mensual ronda los noventa mil pesos mensuales (3 mil pesos diarios), según los datos de la Defensoria en el 81% de los casos ellos y sus familias se encuentran en condiciones de pobreza.
El mecanismo de reclutamiento de los soldados regulares genera todo tipo de inequidades, ineficiencias y sin sentidos estrátegicos, que se reflejan en los déficits de personal y la dificultad para los distritos militares de cumplir con las cuotas anuales de incorporación. Estas condiciones obligan a bajar los estándares de selección de los soldados, hasta el punto de vincular a jóvenes en condición de analfabetismo a las filas del Ejército Nacional.
De todas las consecuencias regresivas asociadas al mecanismo vigente de incorporación militar, el analfabetismo aunque solo afecta a un porcentaje menor de los soldados, es un síntoma claro de las contradicciones en el modelo de profesionalización de la Fuerza Pública, por esto nos concentraremos en mayor medida en este aspecto como uno de los grandes desafíos de la Fuerza Pública para garantizar la transición hacia el post-conflicto.
Aunque no se tienen cifras oficiales (o al menos no de acceso público), vale la pena señalar que el analfabetismo al interior de las Fuerzas Militares no es un problema marginal, ni es tampoco una condición reciente, al igual que en otros países las Fuerzas Militares en Colombia mantienen un rezago en materia de formación académica e intelectual de sus bases.
En otros países el analfabetismo de los militares es un problema de mucha mayor envergadura. En el conocido ejemplo de Afganistán, el 86% de los militares son iletrados, condición que ha dificultado desde el principio el fortalecimiento de su Fuerza Pública y las actuales operaciones de transición del mando que adelanta la coalición.
En Inglaterra y Estados Unidos el problema es un poco diferente. Allí el desafío es vencer el analfabetismo funcional (personas que leen y escriben pero no pueden integrar estas habilidades a sus rutinas de vida, que no pueden o tienen enormes dificultades para asimilar los contenidos escritos). Según la prensa londinense en el año 2014, el 70% de los reclutas tenían niveles de comprensión de lectura significativamente bajos, comparables a los estándares académicos de un niño de 11 años en este país. En el caso de los Estados Unidos, se aplica desde finales de la primera guerra mundial el test de lectura Nelson-Denny para los cadetes y reclutas, cuyos resultados para el año 2015 indicaron que el 5% de quienes ingresaron al Ejército más poderoso del mundo, son considerados analfabetas funcionales.
En nuestro caso el problema no es reciente. Recuerdo que hace dos décadas, cuando el suscrito era estudiante de bachillerato, había una conciencia institucional por la necesidad de alfabetizar a los soldados, para ello se organizaban jornadas de alfabetización con los alumnos de once grado que los sábados en la mañana llegaban a los batallones para apoyar la enseñanza básica de los soldados.
De la misma época, supe de una anécdota de un oficial retirado, que muestra la larga historia del analfabetismo en las tropas. El ex-oficial estableció un cine-club con películas de Betamax como medio para subir la moral de combate de sus soldados y aunque seleccionó las mejores películas de guerra de la época, ni Rambo, ni Comando, ni Platoon, lograron atraer la atención de los soldados, hasta que cayó en cuenta que las películas en inglés generaban una barrera para sus soldados -quienes no podían o no alcanzaban a leer los subtítulos en español-. En adelante el cine-club sobrevivió gracias a Cantinflas.
Recientemente un par de profesionales de la salud que trabajan en la rehabilitación de nuestros héroes heridos, me narraron sus dificultades para trabajar con soldados analfabetas en los dispensarios y centros de rehabilitación. En su criterio la recuperación es más difícil cuando el paciente no sabe leer. Como las técnicas de trabajo grupales, evaluaciones de seguimiento y en general los métodos de rehabilitación están diseñados para personas con competencias lectoras, el resultado es que quienes no las tienen se auto-excluyen de las jornadas terapéuticas y pierden parte de la autonomía que se busca recuperar con la rehabilitación.
Otra evidencia del problema la percibí hace pocas semanas en una prolongada charla con un Cabo Segundo en el Magdalena quien detallaba los retos de tener en su unidad soldados regulares analfabetas, en su experiencia lo más difícil no es que no sepan leer, sino que los soldados no sepan contar. El manejo de las municiones, los horarios, turnos de guardia y el pago en efectivo de los sueldos, entre otras muchas cosas de la rutina se complejiza exponencialmente.
Para el suboficial estos han sido buenos soldados, nobles y disciplinados, con sinceros deseos de superación, pero la barrera del analfabetismo es muy difícil de sortear. Por lo general los soldados regulares en condición de analfabetismo han tenido oportunidades de acceso a educación primaria, pero de niños tuvieron problemas de aprendizaje o condiciones familiares que los frustraron y los llevaron a la desescolarización. En sus palabras es poco lo que él y otros soldados pueden hacer con las planas y las clases de lectura que les imparten.
El Ejército Nacional como cualquier otra institución es un reflejo de nuestra sociedad, un micro-cosmos de lo que somos como país, de nuestras desigualdades económicas e inequidades sociales, un espejo de las falencias del Estado Social de Derecho y la concentración de las oportunidades y libertades en unos segmentos de la población.
Si las Fuerzas Militares fueran entonces un modelo a escala de la educación nacional, con una tasa nacional de analfabetismo del 5,7%, tendríamos que de los 189 mil soldados regulares y profesionales que forman parte del Ejercito Nacional, poco más de 11 mil de ellos estarían en condición de analfabetismo. No podemos saber con certeza qué tan por debajo del promedio nacional de analfabetismo están los miembros de base del Ejercito, pero es irreal pensar en miles de soldados analfabetas, es más factible estimar que estos casos se presentan un par de cientos de veces por año.
El problema de fondo no es solo la baja educación de soldados regulares, este es uno de los múltiples síntomas, el mayor dilema estratégico y ético es que no hay un trabajo peor remunerado en Colombia que el de un soldado regular, estos jóvenes son los únicos trabajadores oficiales que reciben menos del salario mínimo (un séptimo de SMMLV).
Al no tener un incentivo económico digno, los jóvenes con mayores competencias educativas y laborales no se vinculan a las Fuerzas Militares. La libreta militar al ser un requisito laboral del que no se pueden exonerar los más pobres se convierte en una trampa de pobreza, la cual genera procesos sociales regresivos al sacar hasta por dos años del mercado laboral a los jóvenes de estratos más bajos. Ellos le tributan al Estado como con su tiempo (y en algunos con su vida) su derecho al trabajo.
El analfabetismo en las fuerzas militares es solo una de las muchas consecuencias de un sistema de incorporación militar obsoleto. A la lista de sin sentidos del modelo de reclutamiento debemos sumarle otros elementos sintomáticos, que resultan igualmente problemáticos, como por ejemplo: la significativa vinculación de ex-soldados en las redes de las Bacrim, la perdida de municiones y armamento en las unidades militares, el uso recurrente de soldados en labores de servicio doméstico en las casas de sus superiores y la pobreza prevalente en las familias de nuestros soldados. Todas estas son razones de peso para repensar a fondo el modelo de incorporación de soldados regulares.
El principio de las reformas a la doctrina y los roles de la Fuerza Pública deben partir del fortalecimiento de los hombres que conforman su base armada, con soldados que se caracterizan por su pobreza y baja educación, el anhelado tránsito hacia la paz territorial será aún mas empinado.
No sé que esta pasando en LSV pero se esta perdiendo la concatenación lógica de las ideas, (debe ser el posconflicto), primero se esta discutiendo un problema en abstracto, porque lamentablemente no hay estadísticas al respecto, entonces se procede a extrapolar y con ello se generan conclusiones como que se pierde el armamento y las municiones porque los soldados no saben contar, habrá quienes piensen que puede ser por las redes de corrupción que son trasversales al estado colombiano. La solución me parece mas deprimente aun, segreguemoslos y exoneremoslos del servicio militar para que se vayan a morir como los pobres que son.
Lo malo de no ser académico es que se nos ocurren ideas menos brillantes, porque no educar a los soldados regulares analfabetas? porque no como parte de la remuneración de los mismos, darles competencias laborales y enseñarles a defender sus derechos, eso no seria mas útil para la sociedad?, Susanita le decía a Mafalda que esconder a los pobres era la solución.