Por: Brigitte Baptiste, amiga de Tío Conejo
Una de las cosas más indignantes en la vida cotidiana es el acto de “colarse” en una fila. Hace unos días, frente a mis ojos, una señora muy elegante prefirió presionar hasta la saciedad a un auxiliar de seguridad --físico acoso de clase-- para que la dejara pasar con su carrito de compras por encima de 20 o 30 personas que pacientemente esperábamos el turno. Solo protesté yo. Y colada y confrontada, la señora se negó a dar explicaciones y disculpas. Un supervisor acabó llamando la atención del pobre auxiliar.
Reflexionando, entendí que la ira que me produce este gesto, aparentemente una simple falta de cortesía, corresponde a una visión de mundo que no es tolerable: el obsceno irrespeto por el presente y el futuro de los demás, el acto de consumir por adelantado sus beneficios, sus privilegios. El material del que está hecha la insostenibilidad de las civilizaciones.
Considero, a partir de este desahogo, que los dos grandes retos de la sostenibilidad son en el fondo cuestiones distributivas y por ello causan tanto escozor entre las naciones y los diferentes actores sociales. En ambos casos se plantea como éticamente inaceptable y prácticamente inconveniente el traslado de la degradación ambiental a terceros presentes (las clases menos favorecidas) o por venir (las generaciones futuras), degradación que se deriva de los procesos sociales y económicos de producción.
El crecimiento presente, basado en el consumo unidireccional de recursos crudos o bienes de capital del futuro, es cuestionado como fundamento del bienestar colectivo a menos que se traduzca en otra clase de bienes públicos (infraestructura, educación, instituciones) y no amenace las condiciones de existencia en el futuro.
Los efectos positivos que muchos evidencian hoy como resultado del modelo de desarrollo clásico son solamente una ilusión producto de la expansión de la población. Esto impulsa los beneficios hacia la punta de la pirámide, convenientemente presentados a los demás como “su futuro”. Pero para que todos pudieran alcanzar los beneficios de la punta de la pirámide necesitaríamos varios planetas, lo que lo hace improbable. El cálculo del PIB ajustado (o “verde”) que hacen muchas naciones para internalizar los costos de la degradación causada por el crecimiento, ha demostrado esta situación repetidamente: lo que hacemos con una mano, lo borramos con el codo.
Esta visión aparentemente inexorable del destino de la civilización industrial, que nos tendría al borde de la extinción como humanidad o al menos como sociedad global organizada en un horizonte de 100 años (es decir, ya nacieron quienes lo vivirían) no es compartida por quienes demuestran, también con seriedad y cifras correctas, que nunca la humanidad gozó de tanto bienestar en su historia, y que el problema distributivo se está ajustando a gran velocidad, así haya olas y remolinos a contracorriente.
En países sistemáticamente inequitativos como Colombia, es difícil estar de acuerdo, pues la relativa buena calidad de vida urbana que se ha construido en las últimas décadas es resultado del drenaje del campo y sus recursos, fuente objetiva del conflicto armado. Y que, salvo en las mentes de quienes se benefician cínicamente de la guerra, sería fácil de solucionar sin caer en dogmatismos ideológicos, tal como se evidencia en los documentos del eventual acuerdo de paz en La Habana.
El meollo del asunto es la forma en que se plantee equilibrar la tasa de distribución de los efectos del deterioro ambiental con la tasa de desarrollo (que debe incluir la restauración de lo deteriorado), para hablar en términos clásicos. Qué tanto podríamos endeudarnos (más) a costa del presente, de manera que: i) no implique un nivel de degradación ambiental inaceptable (para todos) y ii) sus efectos no sean letales en un horizonte de futuro plausible.
Estas dos condiciones son las que debe discutir una sociedad democrática en el seno de sus instituciones y construir a partir de ellas su política, no ambiental, sino de vida. Algo de ello se vislumbra en la propuesta de plan de desarrollo 2015-2018, que apuesta explícitamente por la nueva economía climática como base de la estrategia adaptativa de Colombia ante las crisis globales que sin duda se avecinan.
Queda en el medio el alcance que demos a la noción de degradación ambiental. Esta es aparentemente fácil de entender para todos, pues abundan los ejemplos extremos en la mayoría de nuestros ríos urbanos, que sólo albergan vida anaerobia y tóxica, como si de otro planeta se tratase. Pero no todo el mundo percibe el gradiente que va de un ecosistema sano e íntegro hasta ese estado de deterioro letal. La transformación de suelos, aire, agua y biodiversidad es casi siempre paulatina y sus efectos difíciles de percibir a menos que haya memoria intergeneracional.
De hecho, casi nadie haría equivalente una ciudad a un ecosistema degradado, a pesar de haberlo sustituido en su totalidad, ni pensaría en muchos de los agroecosistemas más reconocidos y típicos, tanto campesinos como industriales que han rediseñado el paisaje durante milenios, ambientes donde hay que mirar con mucho cuidado los efectos heterogéneos del cambio ambiental. Tenemos dificultades para identificar y aceptar la existencia de procesos de deterioro lento, que se acumulan imperceptiblemente hasta el colapso: la imagen de la rana feliz, cociéndose lentamente entre la olla, es apropiada.
Lo que tampoco parecemos aceptar es que cada una de estas soluciones civilizatorias (sólo los seres humanos planean el futuro de su hábitat) se hace negociando esos niveles de transformación y aceptando o no los riesgos implicados. Y hemos visto a lo largo de la historia cómo el principio de precaución no ha sido, en absoluto, la guía de la evolución humana…
El apego a estrategias locales o “estables” que se presenta con frecuencia en la actualidad, y que tiende a identificar la sostenibilidad con el mantenimiento de ciertos esquemas de vida, proviene por lo general de comunidades agrarias o rurales; el conservacionismo de los conservadores, se podría decir. La resiliencia estática, podría llamarse también a esta visión, la que confía en la robustez del statu quo para enfrentar el cambio externo, y que responde bien dentro de pequeñas variaciones de los umbrales de estabilidad de los sistemas.
Para los habitantes urbanos, que tienen “a la mano” la posibilidad de resolver muchas de sus necesidades vitales, las prioridades de “conservación” son ellos mismos en el día a día. El calentamiento global, las extinciones, la desaparición de la Amazonia y el Ártico, incluso la del páramo, aparecen en un horizonte muy distante. La gente recibe un mensaje difuso de peligro hacia el futuro, mediatizado y a menudo mercadeado, aprovechado por oportunistas y clientelistas, en medio de una cotidianidad que hace que pocos confíen en la información o los expertos. Algunos, bien intencionados, transforman esa preocupación en movimientos de defensa de los derechos de los animales de la ciudad, pero aquí lo humanitario nada tiene que ver con la sostenibilidad, es sólo un paliativo a la soledad.
Por estos motivos, el primer reto para la construcción de sostenibilidad es la comunicación y la educación. Y no me refiero al engendro de actividades recreativas o adoctrinantes con las que identificamos lo “ambiental”. No. Me refiero a una educación que permita hacer visibles esos horizontes de responsabilidad actual y futura de todos los miembros de la sociedad como agentes de transformación ecosistémica.
La forma de las campañas con que hoy se pretende construir “conciencia ambiental” esta compuesta discursos vacíos y frustrantes que creen que los niños son la respuesta, cuando hace 40 años se dijo lo mismo y los niños crecimos y somos parte por igual de un mundo que desperdicia el 30% de la comida que produce, que intoxica todo con sus desechos y que ha superado los umbrales de seguridad operativa planetaria.
El segundo reto en la construcción de sostenibilidad, es la puesta en marcha de un nuevo universo de instituciones que la pongan en práctica y que en el presente se dediquen ante todo a construir equidad. Es decir, que decididamente construyan una sociedad en la cual nadie tenga que basar su bienestar en el deterioro del bienestar de otro.
Sí se concibió el SINA, pero se quedó muy corto, pues tiene escasa capacidad de articulación intersectorial. Las decisiones de las cortes van convirtiéndose fundamentales para ello, al obligar a todos a la justicia ambiental: nadie puede defecar en el jardín del vecino, y seguir campante.
rLamentablemente, a la escala global, los países más industrializados lo han hecho con la atmósfera, convirtiéndola en una cloaca de CO2. Entretanto los demás acabamos con la biodiversidad y defendemos nuestros actos como un “derecho equivalente” (a ese desarrollo), que tal vez sea justo, pero no es ético ni ayudará a la supervivencia. Nuestros gobernantes han sido pusilánimes en el reclamo y nosotros en reclamarles a ellos, pero en la “Marcha por el Clima” se avizora la primera huelga global popular, persistente y simultánea de gran envergadura que habrá que resolver.
El tercer reto es la construcción y discusión de escenarios y acciones concurrentes, tal vez el problema más complejo, pues depende de los dos anteriores. Sociedades conocedoras de las dinámicas ecosistémicas (algo por lo cual admiramos a los pueblos indígenas o a gobiernos ecológicamente más ilustrados gracias a sus academias y organizaciones no gubernamentales), en escalas de tiempo y espacio consistentes, e instituciones democráticas capaces de promover y acoger el debate científico político del diseño de futuro. En este último reto, existen dos grandes aspectos a tener en cuenta: la innovación tecnológica y la capacidad de predicción, que es donde ya se están planteando, burdamente, los debates que acusan a unos de “ambientalistas extremos” y a otros de “desarrollistas genocidas”. Ni lo uno, ni lo otro.
El optimismo tecnológico nos plantea una serie de transformaciones tan radicales de la vida futura, como lo fueran en el pasado, haciendo por ello muy difícil la predicción de sus efectos en el destino de la humanidad. El vacío más grande en los escenarios que desarrollamos en el presente para debatir su conveniencia corresponde a esta incertidumbre. Por ello, los ejercicios de planeación ambiental acaban siempre siendo catastróficos o ingenuos: no hay posibilidades de que la humanidad siga funcionando “hacia atrás” o “como siempre” en una biosfera con 2 grados más de temperatura, algo que es casi certero (y vamos para 4, pase lo que pase en Lima y Paris).
EL mundo debería ser un conglomerado de comunidades agroecológicas con algunas ciudades, muy arboladas (casualmente muy a la imagen de las europeas de provincia) de peatones y ciclistas, movidas adicionalmente por energía solar (nunca se ven los trabajadores detrás). Espero pasar mi vejez en alguna de ellas, si se da el milagro.
Pero cuando la humanidad inventó el fuego, las semillas, el transistor, las vacunas, el computador, las redes sociales, dio un salto cualitativo que creó una derivación de futuro impredecible y radical. Por ese motivo, en nuestro destino ambiental no cabe casarse con utopías de afiche o de cartilla: seremos más extraños, biológica y culturalmente, y consolidaremos el Antropoceno. Eventualmente, una pequeña porción de la humanidad seguirá su ruta orgánica más ortodoxa (que no extrema), el resto deberá inventar otros caminos.
Los cambios que representarán sorpresas para los próximos 50 años son el desarrollo de la nanobiotecnología y la consolidación de la cultura digital: ya pasaron, ya crearon un socioecosistema del cual no hay regreso. Así algunos lo duden, lo que debemos saber es quiénes queremos y podemos movernos a través de él, y a qué precio. Por este motivo, la clave de la sostenibilidad, que para el norte está en la innovación tecnológica basada en las intensificación de las inversiones de capital en soluciones energéticas, para nosotros probablemente esté en la innovación social. Nuestra sostenibilidad tiene sentido si acude a una construcción autónoma de desarrollo, concertada en relación con el bienestar, nunca aislada, pero siempre llena de sentido local, porque el mundo ocurre, para las personas aquí y ahora.
Eso le contó Brigitte Baptiste a Tío Conejo.
Gato estamos de acuerdo, que milagro que un ultra...haga un analices de la defensa de la bio-diversidad con todos sus componentes, hay que apropiarnos y no es por nosotros que ya le hicimos daño a este globo terráqueo es por nuestras futuras generaciones que nunca quisiera estar en los zapatos de ellos.
Brigitte, a estas alturas, creo que deberías tener más a la mano ejemplos y análisis de aprendizajes que demandas tecnócratas y bucólicos deseos de jubilación. Te queda bastante mal soltar irresponsable y arrogantemente una joyita como esta:
"Me refiero a una educación que permita hacer visibles esos horizontes de responsabilidad actual y futura de todos los miembros de la sociedad como agentes de transformación ecosistémica."
Y dejarla tirada, como esperando que agradecida la humanidad tome tu idea y se la apropie. Una idea que no sirve ni para reciclar, que parece un discurso de Roy Barreras.
Mirar para otro lado, hacerse la pendeja, también es complicidad.
¿No has aprendido nada sobre burocracia y política, sobre terratenientes y despojo, sobre ONGs gomelas viven de los recursos para conservación mientras en territorios de mineras y petroleras matan activistas ambientales? ¿Nada sobre capitalismo en lugar de pajearte con nanotecnología? ¿Nada sobre este país feudal?
"Pero cuando la humanidad inventó el fuego, las semillas..."
Los homo (la humanidad?) se inventaron formas de manejar el fuego (no el fuego), e individuos de nuestra especie se inventaron la agricultura (no las semillas).
Que bueno que la autora se distanció del "engendro de actividades recreativas o adoctrinantes con las que identificamos lo “ambiental”."
En este, como en cualquier tema político, se evidencian dos requerimientos: La urgente necesidad de cambiar de modelo de desarrollo y la urgente necesidad de incorporar más voces, más ideas, más esfuerzos al replanteamiento de la sociedad. Estos foros bien manejados y con el recurso de los medios digitales (que se escapan ligeramente de los hilos del poder establecido) podrán ilustrar y unir mejor las mentes de la mayoría de personas que, en el fondo, desean un país más equitativo. Quizás lo que enfureció a Brigitte fue la prepotencia del poder de la señorona, la misma prepotencia que muestran British Petroleum, Bancolombia, la DEA, la CIA o Putin... La lucha por transformarnos desde la animalidad del "pez grande se come al chico" hacia la equidad humanizadora de la defensa del débil está muy, muy al comienzo. Pero algo hemos aprendido en los últimos cuarenta mil años. Falta mucho pero algún paso, por mínimo que sea, debemos dar en esa dirección.
Toda relación es sostenible y deseable cuando el alma y la razón se apoyan en la generosidad y la gentileza. Augusto Duplat.
Es increible , pero cierto lo que se habla en el foro , es triste saber que la sociedad se encargue de que este tipo de sucesos se sigan presentando este tipo de situaciones , que lo único que hacen es demostrar cada vez mas la inestabilidad , la intolerancia del sistema , la falta de respeto por parte de la comunidad , la falta de dialogo .
¿Ya le mandaron este blog a Ramiro Bejarano? La columna de este señor tiene un correo: notasdebuhardilla@hotmail.com
De otro lado, comparto el siguiente artículo, que se relaciona con la temática medioambiental que muchos, ciegamente, insisten en desconocer o minimizar, únicamente porque importa más el crecimiento económico. La demás variables son excedente que pueden impedir el normal desarrollo de los ciclos económicos.
El artículo referido se puede ver en este link: http://revistas.uexternado.edu.co/index.php?journal=oasis&page=article&o...
Total acuerdo, Gato. El asunto es pasar de la queja a la construcción de cadenas informativas y movimientos sociales que puedan influir políticamente. ¿Cómo hacerlo? No dudo de la capacidad de muchos foristas para contribuir a la creación de tales redes, mucho más libres que los deformes partidos políticos actuales.