Las críticas al acto legislativo que permitiría la reelección de Uribe así no se apruebe el referendo presentado por el senador de la U Jorge Visbal llueven, no sólo de los opositores, sino que ahora también lo hacen desde las mismas toldas uribistas.
Los comentarios de los congresistas de la U sobre Visbal van desde que es un "pantallero" que quiere "parecer el más uribista de todos" hasta "que quiere llamar la atención porque no lo dejaron ser el ponente del referendo", hasta que su proyecto "ni fu ni fa", "no va para ningún lado", "quiere parecer como un mandado de Uribe, cuando no lo es", etc.
La Silla Vacía habló con Visbal y él les responde a sus colegas criticones: "respeto mucho sus opiniones, pero no las comparto. Yo ya aparecí mucho en televisión durante los 17 años que presidí Fedegán... Mi idea fue apoyada por 20 senadores; ya hace un mes nos reunimos casi 40 senadores uribistas y allí se mencionó este tema... Ahora, si lo que pasa es que ellos querían presentarlo, ¿por qué no lo hicieron antes?".
Entre las motivaciones expresadas en el texto del acto legislativo de Visbal está que promover el referendo y que insistir en su trámite parlamentario "cuando su contenido puede ser recogido en un proyecto de acto legislativo producto de un acuerdo político serio, sería una obstinación". "Obstinación" que tuvo 12 votos a favor y sólo uno en contra, durante la votación del referendo del miércoles en la Comisión Primera del Senado, precisamente con la participación de los que redactaron el otro texto: Visbal y la senadora de Cambio Rádical, Elsa Gladys Cifuentes.
Aunque Cifuentes no firmó la proposición porque estaba esperando la reunión de la bancada "radical", sí manifestó su apoyo a la misma. Alguien cercano a Visbal dijo que tan comprometida está Cifuentes con este proyecto de reforma, que la redacción la hicieron en su oficina.
El proyecto reeleccionista de Visbal, que viene empijamado de reforma para el "equilibrio de los poderes", causó extrañeza entre los "referendistas", pero al final del camino, si los conciliadores del referendo no logran armonizar el texto del Senado y el de la Cámara, este sería el único respiro que le quedaría a la reelección de Uribe (aunque falta ver si le da el tiempo).
La prestigiosa revista Harper´s, en su edición de abril -la cual acaba de salir- trae un artículo demoledor para Colombia. Porque, aunque muchos ya lo sospechaban, tener la prueba fehaciente duele más.
En un artículo sobre la futilidad de la guerra contra las drogas, el periodista Dan Baum le pregunta a John Ehrlichman, el asesor de política doméstica del ex presidente de Estados Unidos Richard Nixon, sobre la guerra contra las drogas iniciada por su jefe de entonces ¿Su respuesta?
“¿Quiere saber de que se trató realmente?”... “La campaña de Nixon en 1968, y la Casa Blanca de Nixon después de eso, tenía dos enemigos: la izquierda que estaba en contra de la guerra y la gente negra ¿Entiende lo que le estoy diciendo? Sabíamos que no podíamos prohibir estar en contra de la guerra o ser negro, pero si lográbamos que el público asociara a los hippies con la marihuana y a los negros con la heroína, y luego criminalizábamos ambos fuertemente, podíamos golpear ambas comunidades. Podíamos arrestar a sus líderes, allanar sus casas, intervenir sus reuniones y estigmatizarlos noche tras noche en los noticieros de la tarde ¿Sabíamos que estabamos mintiendo acerca de las drogas? Claro que sí”.
La guerra contra las drogas - cuyas motivaciones reales conocemos ahora- le ha costado a Colombia miles de vidas, cientos de miles de millones de pesos destinados a pelearla y ha financiado a paramilitares, guerrillas y delincuentes comunes.
Solo entre entre 1994 y 2008, según el estudio realizado por el experto en drogas Daniel Mejía, la guerra contra las drogas era responsable del 25 por ciento de la tasa de homicidios.
Eso traducido en personas, significa que solo en ese período -que no incluye los finales de los ochenta y principios de los noventa, cuando más intensa fue la guerra contra las drogas- fueron asesinadas 53.200 personas. Esto sin contar las que murieron por cuenta de la guerrilla o los paramilitares. O las que pasaron su vida en la cárcel.
Ese fue el precio del cinismo de Nixon y sus asesores y de la forma como Colombia lo interiorizó.